Para la mayoría de nosotros el dinero es un bien limitado y eso muchas veces nos da quebraderos de cabeza. La mayoría de nuestros ingresos los utilizamos para cubrir gastos básicos y lo que nos queda, si es que conseguimos que nos quede algo, intentamos emplearlo en comprar un nuevo teléfono, la ropa de moda, o un televisor más grande. Las compras siempre nos emocionan un poco, pero la realidad es que ese entusiasmo pasa rápido.
Los economistas están de acuerdo en que lo decisivo no es la cantidad que se ingresa cada vez, si no la forma en que se administra y, sobre todo, en qué se gasta. Hay una rama de la economía, que está resultando todo un desafío para los economistas, que se llama “economía de la felicidad”, que lo que trata es medir de forma cuantitativa la felicidad, el afecto y el bienestar en relación con la economía, y se ha detectado, con amplias evidencias, que tener más dinero no equivale en todos los casos a más felicidad. Entonces, ¿qué es lo que nos hace más felices?
Dinero y objetos
Muchas personas invertimos nuestro dinero extra en la compra de objetos. Muchos, además, invertimos muchísimo tiempo en conseguir ahorrar lo que nos cuesta tener un teléfono móvil. Hay quienes llegan a hacer verdaderos sacrificios para tenerlo, recortando de los gastos básicos o acudiendo a préstamos que los endeudan.
Hay objetos que han dejado de ser lo que son para convertirse en símbolo indiscutible de status. Ya no queremos un teléfono como herramienta de comunicación, queremos X teléfono de determinada marca, porque se le ha otorgado cierto halo de fetiche o porque es el último modelo. Con otros aparatos electrónicos y con la ropa ocurre lo mismo. En la mayoría de estas compras tiene que ver la comparación con los pares o el sentimiento de pertenencia, ya que poseer tal o cual cosa, nos convierte del mismo grupo. En este sentido las posesiones no contribuyen a que tus relaciones mejoren, ya que los objetos, sobre todo si son de lujo, lo que intentan es imponer distancias.
Compramos cosas para intentar ser felices y uno de los enemigos de la felicidad es la adaptación. Somos felices mientras saboreamos la novedad, y nos sentimos felices en ese momento, pero una vez nos adaptamos al nuevo artículo, la emoción se esfuma. Los psicólogos llaman a este fenómeno “adaptación hedónica”: la emoción de eso nuevo que compraste se desvanecerá rápidamente a medida que se convierta en parte de tu vida cotidiana.
Y ahí es cuando empezamos a acumular. Pasamos de una cosa a otra, de un nuevo modelo al siguiente, buscando sin descanso la emoción que se activa en nosotros al conseguir algo que estamos convencidos que nos hará felices. Cuando nos hacemos conscientes de la cantidad de ropa, zapatos, libros y objetos que tenemos, y de que todo ello no nos ha hecho felices es cuando podemos centrarnos en que lo que necesitamos es un cambio. Y que es a nivel de sociedad, lo que realmente necesitamos es un cambio cultural que le de un valor real a nuestros bienes, haciendo que queramos conservarlos el mayor tiempo posible, pensando sobre todo en el tiempo, la energía y los recursos naturales que se han invertido en producirlos. Reparar, reciclar, reutilizar puede mostrarnos cómo podemos obtener más felicidad si comenzamos a hacer cosas y a comprar menos.
Dinero y experiencias
Como hemos señalado, las personas nos acostumbramos con facilidad a los objetos, por lo que al poco tiempo de adquirirlos se vuelven algo rutinario y con poco atractivo. En cambio, con las experiencias pasa todo lo contrario. Cuando son significativas, adquieren valor y ese valor se incrementa con el tiempo.
Las experiencias nos unen, nos ayudan a crear lazos más estrechos entre nosotros. Si bien es verdad que las experiencias tienden a ser fugaces proporcionan un alto nivel de excitación y memorabilidad gracias a la anticipación. Si planeamos un viaje no solo disfrutaremos del momento una vez estemos de vacaciones, disfrutaremos planeando salidas, buscando alojamiento, comprando los billetes, informándonos del lugar que vamos a visitar…
Por todo esto, muchos trabajos que se están llevando a cabo sobre el estudio de la felicidad, llegan a la misma conclusión: lo mejor que podemos hacer con nuestros ahorros es invertirlos en experiencias y no en cosas. Para empezar porque se sabe que el mero hecho de pagar por experiencias (por ejemplo, unas entradas para un concierto), ya nos ofrece más disfrute que invertir la misma cantidad de dinero en cosas.
Y es que vivir experiencias nos proporciona mayor felicidad porque nos anclan al momento presente, haciéndonos vivir desde la mentalidad del mindfulnes al 100%, sintiéndonos plenamente en el aquí y el ahora. Invertir en experiencias nos abre la mente, rompiendo con ideas irracionales. Nos hace tener que ser resolutivos en multitud de situaciones distintas, lo que nos vuelve más flexibles y tolerantes. Una actitud que repercutirá aumentando nuestras emociones positivas, no solo durante lo que dure la experiencia, si no de manera constante durante la preparación, como en el recuerdo de después: ilusionarse por un viaje, el recuerdo de un día de playa con tus amigos, prepararte para hacer el Interrail… Una experiencia proporciona recuerdos muchos más poderosos, intensos y agradables en nuestro cerebro que cualquier compra que podamos hacer.
Las experiencias, además, nos ayudan a aprender, haciéndonos ganar en conocimientos y autonomía, lo que repercute en nuestra autoestima. Preparar por nosotros mismos la visita a una ciudad y elegir un hotel como los de Mercer Hoteles, que se ubican en los centros históricos de las poblaciones donde se encuentran, siendo edificios de interés cultural, aporta a nuestra experiencia un plus, tratándose entonces de una visita estimulante, en la que se nos ofrecerán muchas emociones intensas.
Además, cuando vivimos una experiencia aparecen fortalezas psicológicas como la curiosidad, la apreciación de la belleza, la pasión por aprender o la vitalidad, que puede llevarnos a vivir lo que en psicología se llama experiencia cumbre. Esta expresión se utiliza para describir aquellas situaciones en las que una persona experimenta una sensación de asombro, de elevación personal, en la cual la sensación de tiempo tiende a desvanecerse y el sentimiento de sobrecogimiento hace que parezca que todas las necesidades se hallan colmadas.
Ya hemos comentado que hoy en día existe una tendencia a acumular y, esto nos ocurre incluso con las experiencias. Mucha gente no es capaz de “solo” vivir el momento y acumula experiencias como el que tacha cosas pendientes de una lista, incapaz de dejar de inmortalizar el momento con su teléfono, para subirlo a redes sociales y recibir ese feeback social, que es lo que le produce la emoción. Lo que rompe con todo lo dicho anteriormente. Y, al contrario, hay objetos que pueden comprarse y convertirse en experiencias, por ejemplo, un instrumento musical. Inviertes tiempo en aprender a tocarlo, disfrutas con él…
Se trata al final de invertir en nosotros: nuestras experiencias forman parte de nosotros porque somos la suma total de todas ellas. Difícilmente un objeto será capaz de hacernos experimentar la plenitud. En cambio, las experiencias sí lo logran. Incluso las experiencias negativas, al ser procesadas se convierten en un aprendizaje, en algo valioso. Y las positivas nos nutren a lo largo de nuestra existencia, mientras las vivimos, pero sobre todo al rememorarlas. La suerte que tenemos es que todos estos recuerdos podemos revivirlos una y otra vez: es de las pocas cosas que no se desgastan con el tiempo.